Ciencia y Tecnología
¿Por qué nos besamos? La posible explicación evolutiva tras esta señal universal de afecto
Los besos no son fruto de nuestra época: esta práctica ha acompañado al ser humano desde tiempos inmemoriales, lo que ha llevado a un equipo de la Universidad de Warwick a investigar su origen biológico
29 de octubre de 2024
Ciencia.- En este mismo instante, en cualquier parte del mundo, una pareja se está reencontrando en un aeropuerto tras semanas o meses sin verse. La escena, recurrente en esas comedias románticas hollywoodienses que todos hemos visto, culmina con aquello que el espectador espera: un gran y épico beso. Pero, ¿por qué se lleva a cabo esta conducta y no otra como, por ejemplo, meterse los dedos en los ojos el uno al otro, como hacen los monos capuchinos para mostrar afecto?

No importa si somos de la India, de Bielorrusia o de Nicaragua: resulta, de hecho, innecesario explicar por qué un beso ha sido, durante milenios, la señal de apego y cariño por excelencia en todos los continentes y culturas. De ello da cuenta, por destacar un caso, la representación en piedra de Los amantes de Ain Sakhri, figura tallada que muestra a dos personas fundiéndose en un beso y un abrazo, y que data de hace unos 10.000 años.

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Así, está claro que, tal y como revela el registro histórico, besarse no es ningún gesto fruto de nuestra época. Sin embargo, en términos biológicos, ¿acaso hay alguna razón evolutiva que llevó al ser humano a hacer tangible su cariño a través de un beso? Un nuevo estudio, realizado por investigadores de la Universidad de Warwick (Reino Unido) y publicado en la revista Evolutionary Anthropology, plantea una hipótesis que se relaciona con la práctica del acicalamiento entre simios.

Dónde, cómo y a quién besar: una conducta natural con límites sociales

De todos los comportamientos humanos, quizás el beso sea el que tiene más importancia en la línea de vida de una persona: de hecho, es difícil saber cuándo fue la primera vez que saludamos a alguien, o le estrechamos la mano, pero sí que queda en nuestra memoria ―para siempre― el primer beso, como también el último que hemos dado hasta la fecha. 



Que sea una conducta universal no quita, eso sí, que cada sociedad le haya dado unas connotaciones concretas y, con esto, unos límites determinados.

Aun así, los investigadores detectaron que, lejos de las diferencias culturales que nos conducen a besar de una forma u otra ―a personas específicas, en entornos específicos y con intenciones específicas― hay algo que esos besos tienen en común: la función de regular las interacciones humanas: "Los besos están imbuidos de un significado biológico universal subyacente que atraviesa culturas, insinuando una base evolutiva más antigua que las propias convenciones culturales", indica el estudio.

Acicalar y besar: lo que revelan nuestros primos evolutivos

A lo largo de las últimas décadas son numerosas las investigaciones que han surgido en torno al acto del beso. Una teoría extendida ha sugerido que el beso es una forma alternativa de "olfatear" para la inspección social, mientras que otros estudios apuntan a una herencia de la lactancia, por la similitud gestual de ambos comportamientos. 

Sin embargo, nada de esto parece tener sentido si tenemos en cuenta el contexto social y la función del beso, muy ligado a la intimidad: "Los besos están reservados a relaciones específicas en instancias sociales específicas", señalan los investigadores.

Así pues, los científicos participantes del estudio recurrieron al reino animal en busca de respuestas. Concretamente, al análisis del momento social más importante entre esos grandes primates, el acicalamiento: una práctica ancestral que no solo sirve para liberar de parásitos el pelaje de los congéneres, sino que además es crucial para forjar y reforzar vínculos sociales entre los individuos del grupo. Y en ese proceso, lo que destacaron fue la manera de concluirlo.

Tal y como indica el estudio, tras el aseo "el peluquero tocaba al acicalado con los labios protuberantes y succionaba la acción para agarrarse y eliminar un parásito o desechos". ¿Te resulta familiar esta descripción?

Huelga decir que los seres humanos no practicamos el acicalamiento, y ello se debe a que su necesidad utilitaria disminuyó inevitablemente a causa de la evolución: según el estudio, a medida que los antepasados perdían gradualmente el pelaje, las sesiones de aseo fueron acortándose hasta desaparecer.

No ocurrió lo mismo, sin embargo, con la manera de consumarlo: con ese contacto boca a boca que sin duda sirvió para estrechar relaciones sociales, y que muestra paralelismos evidentes con el beso humano "hasta un punto que ningún otro comportamiento propuesto hasta ahora lo ha hecho".
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VÍA NT
FUENTE National Geographic