Cultura
Mar de letras: Gabo y el arte de ser escritor sin abandonarse a sí mismo
"Abrazó su ciudadanía latinoamericana y, sobre todo, caribeña. Influía sobre el resto del mundo sin abandonarse a sí mismo, a lo que creía auténtico"
22 de abril de 2024
Cultura.- Cuando Gabriel García Márquez transitaba sus escasos veintitantos años, tenía unas condiciones de vida bastante desfavorables, por no decir paupérrimas.

Relata Gabo en su libro “Vivir para contarla” que su madre fue a buscarlo un día de esa década perdida en el tiempo para que la acompañase a vender su casa en Aracataca (pueblo natal del escritor colombiano). Ese extenso viaje, más allá de resultarle placentero, fue una triste epifanía que depositó en él la semilla de lo que más adelante sería Cien años de soledad.

Ciertamente, el cambio que vivió en su interior no se reflejó inmediatamente en su vida, y mucho menos en su bolsillo.

Márquez pasó años intentando cumplir las indescifrables expectativas -impuestas, a veces, por el espíritu propio- que llevan a los hombres y mujeres de letras a considerarse “escritores”, palabra de un peso inimaginable en la mente de un lector educado, como lo era él.

Todavía en su segunda década de vida, escribió un primer prototipo macondiano en el que la trama giraría en torno a una casa, y nada de lo narrado se hallaría fuera de ella. ¿La casa de su infancia? Quién sabe. En este punto de su existencia ya no había diferencia entre Macondo y Aracataca... Continuó con su trabajo común de periodista, tratando de llegar a final de mes con labores mal pagadas y sin ningún tipo de estabilidad; lo único seguro en su vida era la literatura.

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En general, vivió una vida digna de su obra, con vaivenes exóticos y contrastes emocionales, como aquel “Bogotazo” desencadenado por el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán.

No obstante, lo más llamativo es que siempre tuvo una sonrisa en el rostro, sin ser consciente de su propio potencial como escritor, hasta que el éxito llamó a su puerta.

Todas esas vivencias contadas en aquella obra me marcaron profundamente, diría, incluso, más que muchos libros del género narrativo.

“Vivir para contarla” fue un antes y un después en mí; con este texto inició mi verdadero cariño hacia lo literario. Allí pude ver al verdadero escritor, ese que escapa furtivamente de la sacralización de la sociedad y de los cánones de las apariencias. Gabo se reía, decía groserías, hablaba con gracia y nunca renegaba de sus propios orígenes, por humildes que estos fueran.

Abrazó su ciudadanía latinoamericana y, sobre todo, caribeña. Influía sobre el resto del mundo sin abandonarse a sí mismo, a lo que creía auténtico.

Haberlo descubierto también cambió muchas cosas en mi propia visión del mundo; comencé a anhelar darle otro sentido a mi carrera y a lo que yo mismo creía de ella: a derrumbar aquella creencia popular de que la imagen suplantaría definitivamente al texto y que el destino de los libros estaba sellado.

Empecé a investigar más sobre él, sobre su vida, sobre cómo pensaba y sobre cuáles eran sus referentes.

Descubrí anécdotas interesantísimas, como aquella que relata que, tras empeñar artículos del hogar para enviar el borrador de Cien años de soledad, Mercedes, su esposa, le dijo: “Ahora lo único que falta es que esta novela sea mala”.

Unos años después, aquel libro se convirtió en un fenómeno regional nunca antes visto. Ese Gabo, capaz de influir en vidas tan corrientes como la de un servidor, cumplió hace poco 10 años de haber partido.

¡Un abrazo al cielo y gracias por haber pasado por este mundo con tanto ímpetu y alegría!
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VÍA Ángel Torres
FUENTE Editoría de Notitarde