Javier Miranda y su rebeldía geométrica
Después de años aprendiendo por su cuenta, Javier ingresó a la Escuela de Artes Plásticas Arturo Michelena de Valencia
Espectáculos.- Javier Miranda fue un rebelde en su niñez y juventud. Hoy, a sus casi 42 años de edad, el escultor contemporáneo más destacado de la capital carabobeña se pregunta si todavía posee ese carácter, sin reparar en una respuesta concreta.
La única certeza que puede afirmarse, es que en su trabajo permanece aquel espíritu insurgente que le otorga a su obra la imposibilidad de pasar desapercibida.
Miranda, nativo del municipio Naguanagua, siempre fue un creador. Recuerda que sus juegos preferidos de pequeño consistían es descomponer y componer, armar y desarmar objetos a su alcance. En el colegio, lo que él consideraba un problema le ayudó culminar sus estudios siendo un adolescente. “
Soy disléxico y tengo una suerte de memoria fotográfica. A los 14 años había terminado el liceo y a los 17 culminé publicidad”.
Antes de tener su título, Javier ya vivía solo y trabajaba por su cuenta. La temprana separación con sus padres le permitió afianzar sus instintos de independencia:
le gustaba mucho hacer las cosas por sí mismo.
Aunque consiguió graduarse, la universidad no estaba en sus planes. “Yo quería ser artista, pero para eso no tenía que estudiar, o al menos esa era la concepción que había en aquel momento porque se consideraba más un oficio, como ser carpintero o plomero. La verdad es que terminé graduándome en publicidad porque mi papá quería que tuviese una carrera”, confesó el artista al equipo de Notitarde.
El descubrimiento
Después de años aprendiendo por su cuenta, Javier ingresó a la Escuela de Artes Plásticas Arturo Michelena de Valencia, donde pudo explorar las distintas formas de expresión. Primero, hizo dibujos figurativos donde intentaba retratar a personas a su manera, capturando su esencia; luego intentó lo mismo con la pintura al punto de lograr un estilo realista. “
Hasta que me aburrí de querer copiar cosas, entonces quise inventar, pero me di cuenta que ya todo está inventado”.
Aquel proceso hizo que el artista emprendiera uno de los viajes más significativos de su carrera: la búsqueda que lo llevaría a desarrollar la escultura geométrica. “Todo empezó con el origami. Toda mi vida lo he hecho porque ha formado parte de mis terapias por dislexia y en su momento me parecía tonto. Pero después empecé a verlo con más interés”.
Aquella inclinación fue alimentada por los sólidos platónicos (polígonos regulares de ángulos y caras iguales) que dieron origen a una de sus esculturas más icónicas presentada en 2018: Naranja 464, una pieza dodecaedra en forma de estrella que hoy respira por sí misma en los jardines del Hesperia WTC.
Esta y otras estructuras formaron parte de Geometría del Color, una exposición donde cada obra fue pensada para ser un juego de claroscuros, contrastes y matices. El dinamismo de estas figuras metálicas hace que intervengan los ambientes, especialmente los abiertos donde el sol se convierte en uno de los protagonistas. “Lo qué pasa con estas esculturas es que están vivas. Es como si se movieran y fueran cambiando según la dirección de la luz”.
La paternidad
El escultor que ha recibido reconocimientos como el Sol de Carabobo, la Orden Ciudad de Valencia y la Orden Arturo Michelena, hizo énfasis en que la paternidad lo había hecho ver la vida de otra forma y de sanar la dura relación con su familia. “Ser papá me cambió la vida completamente. Antes era un poco más rígido, ahora me siento más amable. Pero creo que es algo que la adultez también otorga”.
Estimó que su rebeldía ha girado en otra dirección: en la búsqueda constante del conocimiento. “
Entendí que ser un rebelde sin causa no tiene sentido. Mi rebeldía ahora está inspirada en estudiar, en un constante cuestionamiento de las cosas para no ser un borrego de la sociedad”.
Miranda y Maximiliano, lo dos niños del artista, ahora son homenajeados en cada una de sus creaciones. “
Las personas pensaron que la serie ‘Miranda’ era por mi apellido, pero fue en honor a mi hija. Y ahora estoy trabajando en unas esculturas inspiradas en algo más orgánico, los crisantemos. Será en honor mi hijo, el menor”, reveló con entusiasmo.
Equilibrio e inspiración
En cuánto a su visión contemporánea, Javier considera que el arte es un capricho y cree que no hay que restarle importancia a la aspiración de ser un artista con estabilidad económica. “Para seguir creando necesitas medios. Un artista debe ser social, frecuentar espacios y tener un discurso, pero también hay que saber cómo sopesar todo eso. En mi caso, saco tiempo para compartir con mi familia. También para estar a solas y poder leer y escribir largos ratos”.
Su postura frente al proceso creativo también rechaza uno de los conceptos más utilizados en el gremio: la inspiración. Para él el recurso en cuestión se basa más en un ejercicio mental de contemplación del entorno, para luego hacer lo mismo que cuando niño: descomponer una imagen y componer otra diferente.
“El tema de la inspiración me parece ridículo. No puedo creer en ese artista que se inspira porque vino una misa. Pienso más bien que la inspiración es trabajar y ver lo que me rodea, preguntarme qué pasaría si en tal hueco hubiesen ciertos elementos”.
(Francis Gabriela Tineo)