Reinaldo Herrera fue un ícono de la moda y la élite neoyorquina. Su padre fue el marqués de Torre Casa y a su madre, Mimi Herrera Uslar, se le conocía en Nueva York como una de las damas más célebres de la alta sociedad caraqueña. Él mismo tenía una agenda de oro y se codeaba igual con la reina Isabel II, con Dalí (quien lo retrató) o con las más poderosas familias europeas del siglo pasado, como Agnelli, Onassis o Rothschild.
En 1968 se casó con Carolina Herrera, con quien tuvo tres hijas, Carolina, Adriana y Patricia Cristina. Cuando en 1980 se mudaron a Nueva York, se convirtieron rápidamente en una de las parejas más deseadas y distinguidas de la alta sociedad de la ciudad. Impulsada por su marido, Carolina se lanzó al diseño y su éxito fue tal que tuvo grandes clientas, como Jackie Onassis, a quien vistió hasta el día de su muerte.
En esa época, empezó por casualidad su vínculo con la edición americana de Vanity Fair, que se relanzó en 1980 bajo la dirección de la periodista británica Tina Brown (que bien merece un artículo aparte). Durante años, Reinaldo se convirtió en un conseguidor y gracias a su agenda llevó a las páginas de la revista entrevistas que sin su intervención resultarían imposibles, como la que realizó a Imelda Marcos cuando ella y su marido se instalaron en Hawai después de ser expulsados de Filipinas. Ningún personaje se le resistía: Yasser Arafat, Muamar el Gadafi, Manuel Noriega…
Reinaldo también tuvo un papel primordial en la elaboración de la famosa lista creada por Eleanor Lambert y publicada en Vanity Fair International Best Dressed List, que elegía a las mujeres y los hombres mejor vestidos del mundo, y que se convirtió en todo un referente. Aparecer en ella se convirtió en una reconocimiento de estatus y prestigio además de, por supuesto, elegancia. En un siglo que ensalza el chándal y las deportivas como ícono de moda y vestimenta.
