Demás esta decir que fueron invitados más de 2 mil personalidades, entre jefes de Estado, miembros de las familias reales, representantes políticos y religiosos.

La emblemática abadía de Westminster, lugar que ha acogido desde hace casi mil años los actos más importantes de los soberanos (el primero fue Guillermo el Conquistador en 1066) y que celebró este sábado su consagración número 40. En sí, la ceremonia fue un mero trámite para Carlos III, que lleva ejerciendo como monarca desde el 8 de septiembre. La entronización fue la formalización del papel de Carlos III como rey y la transferencia oficial del título y los poderes.

Cumpliendo el tópico de la puntualidad británica, la coronación comenzó a las 10.20 hora de Londres, desde Buckingham con la conocida como la procesión del rey. En ese desfile Carlos III y Camila viajaron en la carroza del Jubileo de Diamante, tirada por seis caballos grises de Windsor, y que fue construida para conmemorar el 60º aniversario del reinado de Isabel II en 2012.

Atravesaron The Mall, uno de los paseos más emblemáticos de Londres, que es siempre protagonista de los actos de la monarquía británica y dónde habían londinenses acampando para ver de cerca a los monarcas; giraron en la plaza de Trafalgar para seguir su camino hacia Whitehall y llegaron a Westminster. La procesión terminó antes de las 11 de la mañana, hora en la que comienzó el acto de la coronación.

El rey entró por la gran puerta oeste de la abadía de Westminster y desfiló por la nave hasta llegar al espacio central, donde se encuentra el altar. Estuvo precedido por la procesión de líderes, representantes religiosos y miembros de los países de la Commonwealth, que iban acompañados por los gobernadores y los primeros ministros. Rishi Sunak, primer ministro del Reino Unido, fue uno de los protagonistas durante el servicio religioso.

La ceremonia, que tuvó una duración de dos horas, se dividió en cinco etapas:

Carlos III fue presentado al pueblo, una tradición histórica que se llevará a cabo junto a la silla del rey Eduardo, de 700 años de antigüedad, y que ha tenido que ser restaurada para convertirse en una de las protagonistas de la entronización. El arzobispo de Canterbury, Justin Welby, dio el primer discurso, al que seguieron el de la dama de Jarretera y la dama del Cardo —órdenes de caballería de Inglaterra y Escocia—. A continuación, los congregados gritaron God Save the King (Dios salve al rey, en español).

En esta etapa, el arzobispo de Canterbury reconoció las múltiples religiones existentes en el Reino Unido y pedió al rey que confirme que respete la ley de la Iglesia de Inglaterra durante su reinado. Además, tuvo que declararse como un protestante fiel.

Es el momento más sagrado de la coronación. Carlos III se quitó la túnica ceremonial y se sentó en la silla de San Eduardo para ser ungido. El arzobispo de Canterbury untó un aceite sobre el monarca en forma de cruz en la cabeza, el pecho y las manos. Es un óleo especial, ya que ha sido producido usando olivas del Monte de los Olivos en Jerusalén y consagrado en una ceremonia especial. Para este momento, se dispuso una pantalla alrededor de la silla para ocultar el proceso y evitar que el público sea partícipe del momento, como ya ocurrió en la coronación de Isabel II en 1953, la primera televisada y donde tampoco se pudo ver este momento. (Debido a lo sagrado del momento)

Fue el único momento en el que el rey portó la corona de San Eduardo, convirtiéndose en el séptimo monarca de la historia en utilizarla. Se le presentó los objetos enjoyados claves en el proceso, como el orbe del soberano, el anillo de coronación, el cetro del soberano con cruz y el cetro del soberano con paloma. Después de que el arzobispo le colocó la corona, las campanas de la abadía sonaron durante dos minutos, así como las trompetas, y se dispararon salvas en todo el Reino Unido.

En la parte final de la ceremonia, el rey ascendió al trono. Según rige la tradición, miembros de la realeza rindieron homenaje arrodillándose ante Carlos III, jurando lealtad y besando su mano derecha. En esta ocasión, el príncipe Guillermo —hijo mayor del monarca y siguiente en la línea de sucesión— fue el único en arrodillarse.