Internacional
La terrible vida de las siamesas soviéticas: Sometidas a pruebas médicas atroces
En esta prisión de cristal, las chicas sufrieron torturas con el supuesto objetivo de la investigación médica de los doctores soviéticos
17 de octubre de 2023
Internacional.- Invierno de 1950 en Moscú. La claridad de los días duraban apenas unas horas y la vida de la mayoría de los rusos pasaba entre la poca comida que conseguían, el miedo a Stalin y sanar las heridas tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. En una de esas mañanas heladas de enero, nacieron las gemelas siamesas Masha y Dasha Krivoshlyopova. El parto fue por cesárea en el hospital central de la capital Soviética. Y fue toda una sorpresa, porque en esa época no había monitoreo por imágenes para seguir los embarazos.

Su madre no sabía que estaba dando a luz a gemelas. El trabajo de parto de la mujer duró 48 horas. Los médicos primero le dijeron a la mujer que había dado a luz a dos mutantes y que se lo iban a quitar. Sin embargo, la enfermera del turno noche del hospital llevó a la mujer hasta el sitio donde estaban las nenas. La mujer al otro día se negó a renunciar a la maternidad. Entonces los médicos le dijeron que las gemelas habían muerto de neumonía y las llevaron al instituto pediátrico.

Conejillo de indias del comunismo

Los médicos soviéticos se llevaron a las siamesas a un instituto médico moscovita. En ese lugar la sometieron a atroces pruebas que se revelaron muchos años después, cuando las hermanas ya eran dos mujeres adultas y aún unidas por el cuerpo.

Los médicos soviéticos las llamaron Dasha y Masha. Las gemelas siamesas compartían un sistema sanguíneo pero tenían sistemas nerviosos separados. Eso las hacía objeto ideal para las investigaciones del fisiólogo soviético Pyotr Onakhin.



Las hermanas fueron mantenidas en un catre dentro de una caja de vidrio junto a un laboratorio. Allí en ese cautiverio de terror pasaron los primeros años de su vida. Eran como habitantes de un zoo. Muchas veces los médicos traían a sus amigos u otros científicos para que las vean.

En esta prisión de cristal, las chicas sufrieron torturas con el supuesto objetivo de la investigación médica de los doctores soviéticos. Las quemaron, las congelaron, los mantuvieron despiertas a la fuerza, las hicieron pasar hambre, les inyectaron sustancias radiactivas y otras sustancias nocivas y los electrocutaron para poner a prueba sus reflejos condicionales.

Por ejemplo, los científicos les clavaban agujas a una de los siamesas y evaluaban las reacciones de su hermana. O le tiraban agua helada a una y le controlaban la temperatura corporal a la otra. Las torturas duraron hasta que las chicas cumplieron 12 años.



Dasha y Masha estaban unidas por la columna en un ángulo de 180 grados y tenían cada una el control sobre una de las dos piernas que compartían.

Entre las dos tenían cuatro brazos, un intestino delgado separado pero compartían el mismo colon y recto. Tenían cuatro riñones pero sólo una vejiga y un sistema reproductivo compartido.

Cada una tenía sus propios corazones y pulmones, pero compartían un suministro de sangre. Dasha y Masha poseían sistemas nerviosos separados, lo que significaba que uno podía enfermarse mientras que su hermana se mantenía sana. Por ejemplo, durante la infancia, uno de las gemelas contrajo sarampión y la otra no.

Las chicas crecieron lejos de su madre y cuando tenían 6 años, en 1956, fueron trasladadas al Instituto Central de Investigaciones Científicas de Traumatología y Ortopedia de Moscú. Allí, les enseñaron a caminar y les enseñaron a leer y escribir. Dasha y Masha estudiaban con maestras en forma individual, sin contacto con otros chicos. Se ayudaban con sus manos para sumar y restar al mismo tiempo. Solían responder en coro cuando se les preguntaba sobre la revolución del 17 y la historia de la formación de la Unión Soviética.



Unidas pero diferentes

A medida que crecieron, resultó que tenían personalidades muy diferentes. Los médicos que le realizaban estudios notaron esas diferencias “Era como si una hubiera sido criada por una familia de campesinos y la otra por profesores de la Universidad de Leningrado”.

La periodista Juliet Butler las conoció en 1988 y se hizo amiga de ellas. Las chicas en ese momento ya tenían 38 años y habían vivido gran parte de su vida entre el ostracismo y las torturas del sistema médico soviético.

“Masha era dominante, encantadora, manipuladora y egocéntrica. Dasha era sumisa, tranquila, amable y reflexiva. Claramente se amaban ferozmente”, cuenta Butler tras entrevistar a las hermanas varias veces.

Butler sufrió el impacto de conocer a las siamesas. “Masha era egocéntrica y egoísta, intimidante, codiciosa pero también bastante encantadora, como pueden ser los psicópatas. En cierto modo, disfrutaba de la notoriedad de ser tan especial. Dasha era modesta, amable, gentil, generosa y tranquila. Masha era más capaz de afrontar la discapacidad porque era indiferente e incapaz de sentir amor o empatía, por lo que no le importaba lo que la gente pensara de ella, mientras que a Dasha le importaba muchísimo. Odiaba salir. Masha simplemente les gritaba a las personas que los miraban”, relató la periodista en una entrevista posterior a la salida de su libro.

Juliet escribió una novela basada en la vida de las siamesas y contó en su texto que Dasha soñaba con vivir una vida normal separada de su hermana. Mientras tanto, Masha no estaba interesada en cambiar su vida, fumaba y leía revistas de la escasa farándula rusa.

“Recuerdo haber ido a verlos un día a finales de los años 90 con una carta de un cirujano británico especializado en separar gemelos siameses, ofreciéndose a operarlos. Dasha miró a Masha con los ojos llenos de esperanza, pero Masha, mirando al frente, inmediatamente dijo ´nyet´. Y eso, como diría Dasha, fue todo”, reveló Butler en una entrevista con el diario inglés Daily Telegraph.

Pelea de hermanas

Sólo Dasha bebía vodka puro como la mayoría de sus compatriotas rusos. A Masha, cambio la bebida blanca le producía nauseas. Igual, debido a que compartían el mismo sistema sanguíneo, las dos se emborrachaban.

En 1988 hicieron un llamamiento en el programa de televisión nacional Vzglyad para que se les permitiera salir del cautiverio. Aparecieron juntas frente a las cámaras y las vieron millones de soviéticos y del resto de los países satélites de lo que aún quedaba del comunismo. Las chicas sonrieron y no contaron en profundidad su historia. La censura estatal había ejercido presiones para evitarlo.

La apelación tuvo éxito y se mudaron a un Hogar para Veteranos del Trabajo con condiciones de vida mucho mejores y se compraron lujos para lo que era la URSS como un televisor, un Atari y un equipo de música. Ya adultas se presentaron en sociedad en ese set de TV y no pudieron evitar el bullying. Ante las burlas, quizás, las hermanas añoraban la soledad y el ostracismo de la caja de cristal en la que crecieron. “La gente nos llama dos cabezas. Escuchas todo tipo de tonterías y eso nos hace llorar”, dijo Sasha en una entrevista con la periodista.

Las chicas compartían su aparato reproductivo. Eso también fue conflicto para las siamesas. Dasha se enamoró de Slava, uno de los chicos que también vivía en la Escuela de Inválidos de Moscú. Los chicos compartían todo el día juntos. Cuando el joven se retiraba empezaban los problemas. Masha no lo quería tener cerca y las discusiones muchas veces terminaban a los golpes entre las hermanas.

Dasha nunca escondió sus deseos por tener sexo con Slava, pero Masha no se lo permitió. Una noche, Slava y Dasha se emborracharon para que Masha también sufriera las consecuencias y no pudiera evitar la intimidad de la pareja. La parejita aseguró en el libro de Butler que hicieron el amor, pero no hubo otra prueba del encuentro. Su hermana en tanto, durmió por la cantidad de vodka que había tomado su siamesa.

Tras los años tormentosos de la adolescencia en la que muchas noches terminaban lastimadas por los golpes que se daban, llegó la adultez y la calma. Lograron la armonía de sentir en su propio cuerpo el dolor de la otra. Los límites entre ambas eran difusos o casi inexistentes.

Masha sufrió un infarto a los 53 años y agonizó durante 17 horas antes en morir. Estaba en el hogar para inválidos en el que vivían en una pequeña cama en una habitación diminuta. Nadie llamó a una ambulancia, ni escuchó los gritos de la siamesa. Las toxinas del cadáver descompusieron su cuerpo. Esto pasó directamente a Dasha, quien tardó otras 17 horas en fallecer, mientras pensaba que su hermana sólo estaba dormida.
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VÍA NT
FUENTE Infobae