El “regalo” de Arabia Saudí a Juan Carlos I por su coronación: 10 millones de dólares
El dinero fue ingresado en un banco suizo y no se declaró a Hacienda, al igual que otras donaciones y pagos millonarios posteriores
Internacional.- "This is my banker. This is my financial advisor" (Este es mi banquero. Este es mi consejero financiero), espetó el rey Juan Carlos I al rey saudí Jaled Bin Abdelaziz y su séquito cuando a finales de los setenta acudió a su palacio en Riad para agradecerle su primera donación personal millonaria.
Todas las miradas se dirigieron al brazo izquierdo del misterioso acompañante del jefe del Estado español, un hombre alto, trajeado, de barba cuidada y frente despejada. Manuel Prado y Colón de Carvajal comenzó a mover compulsivamente la manga de su traje gris de raya diplomática y todos estallaron en una carcajada. La Sharía o ley islámica permitía cortar la mano de los ladrones en Arabia Saudí y el propio Jaled ordenó amputaciones durante su reinado (1975-1982). El banquero del rey no explicó que había perdido su brazo en un accidente de tráfico.
Jaled Bin Abdelaziz entregó 10 millones de dólares (más de 9 millones de euros al cambio actual) a Juan Carlos I poco tiempo después de acceder este último a su reinado, según relatan a EL PAÍS dos personas que durante esos años fueron testigos de la administración de los bienes del entonces jefe del Estado. Este pago, al igual que otros posteriores, se mantuvo en secreto.
El dinero entregado por el rey Jaled se ingresó en una cuenta de un banco suizo y fue la primera de las donaciones o regalos que la casa de Al Saud, dinastía de la familia real de Arabia Saudí, hizo al actual rey emérito semanas después de su nombramiento como monarca el 22 de noviembre de 1975.
“Fue un regalo de rey a rey, una donación nada más acceder a la corona. ‘¡Qué barbaridad, han sido muy generosos!’, me confesó entonces Don Juan Carlos. Sofía no tenía una dote relevante y el rey, menos aún. Los saudíes querían reforzarlo para que pudiera disponer. El rey viajó personalmente a Riad con Manolo Prado para agradecerlo”, relata uno de los testigos. “Cuando Juan Carlos I y Sofía se casaron, recibieron algunos regalos muy valiosos, un collar espléndido y otras joyas, pero no podían venderlos”, explica.
A esta donación personal, hasta ahora desconocida, siguieron otras posteriores de la Casa Al Saud de otros 36 millones de dólares (unos 33 millones de euros) que en mayo de 1989, catorce años más tarde, el teniente general Emilio Alonso Manglano, entonces director del Cesid (CNI), anotó en sus memorias publicadas en el libro El jefe de los espías (Roca Editorial), de Juan Fernández-Miranda y Javier Chicote. Estas últimas, a diferencia de la anterior, fueron supuestamente destinadas a “financiar la Transición”, según el relato de Juan Carlos I a Manglano. El monarca recibió de los saudíes, además, un “crédito” de 50 millones de dólares (más de 45 millones de euros) que invirtió y con el que supuestamente ganó 18 millones.
Ni el primer regalo del rey Jaled Bin Abdelaziz ni las posteriores donaciones confesadas al entonces jefe del servicio secreto fueron declaradas a Hacienda. “En aquellos años el rey Juan Carlos preguntaba en alguna ocasión a personas de su círculo familiar más íntimo: ¿tienes una cuenta fuera, en Londres o en Suiza?”, confiesa un protagonista de aquellas conversaciones.
Tampoco se informó a la Agencia Tributaria de los 100 millones de dólares (65 millones de euros al cambio de la época) que recibió en 2008 del Ministerio de Finanzas de Arabia Saudí en una cuenta en Ginebra. Otro supuesto gift (regalo), según la anotación bancaria del gestor de la cuenta Arturo Fasana, ordenado por el rey Abdalá Bin Abdelaziz.
Pese a su amistad y lealtad, Manuel Prado, presidente de Iberia (1976-1978) y senador por designación real (1977-1979), no fue entonces el único administrador en la sombra de Juan Carlos I. Durante algún tiempo lo acompañó en esa tarea oculta Simeón de Sajonia-Coburgo-Ghota, Simeón II de Bulgaria, desempeñando una función de la máxima discreción que no se hizo pública y que ha podido acreditar este periódico. El entonces jefe del Estado quería a una persona cercana a su familia que “vigilara” lo que Prado hacía con su patrimonio, según revela una fuente próxima al rey emérito.
“Manolo Prado era de confianza y llamaba patrón a Don Juan Carlos. Los ataques que iban contra el patrón los asumía él, era como un parapeto, pero ajeno a la familia. Pero el rey quería entonces a alguien más cercano”, añade. Simeón II de Bulgaria era entonces presidente de Thompson y viajaba habitualmente a Marruecos, donde ya había hecho alguna gestión política para la Corona. Pese al recelo que esta decisión provocaría en Prado, Simeón de Bulgaria aceptó el encargo. El sevillano, cerrado y discreto, nunca dijo nada, pero esa duplicidad en el manejo de los secretos económicos lo incomodaba. “El rey no llevaba sus cuentas. Ordenaba y se desentendía. Era desordenado”, recuerda una persona que entonces gozaba de su confianza y conocía cómo se gestionaban esas sensibles tareas.
El único rastro documental de esa etapa en la que dos personas se ocuparon de las cuentas secretas del rey ha aparecido al aflorar el trust The JRM2004, un instrumento financiero con 15 millones de euros creado en 2004 a iniciativa de Prado en el paraíso fiscal de Jersey. JRM responde a las iniciales de Joaquín Romero Maura, un banquero que trabajó en Londres para Prado y exprofesor de Historia de la Universidad de Oxford al que entregaron en 2004 los 15 millones que Juan Carlos I ocultó bajo la identidad de su “banquero y consejero financiero”.
John Ruddy, el gestor de estos fondos, explicó que la finalidad de esta fortuna era apoyar a la Corona en un golpe de Estado, pero que ese objetivo había desaparecido porque la situación política en España era estable y había que deshacerse del dinero dado que si la opinión pública conocía su existencia “sería embarazoso para la monarquía”. Y en Romero Maura, fiel a Prado y a la monarquía, encontraron la persona ideal para hacerse cargo del dinero y convertirse en el único beneficiario.
La fortuna se escondió durante más de una década en una sociedad radicada en las Islas Vírgenes, según la documentación obtenida por la Fiscalía Anticorrupción al investigar las irregularidades financieras del rey emérito, finalmente archivadas. Los fondos procedían de la liquidación de otros dos trusts llamados Tartessos y Hereu, creados en 1995 y 1997 por Prado. En ambos, el entonces jefe del Estado era el único beneficiario.
El origen de este dinero es un misterio que la investigación de Alejandro Luzón, fiscal jefe Anticorrupción, y quienes han trabajado con él en el caso no ha logrado desvelar. A la cuenta vinculada a ambos trusts, según el testimonio de los gestores de aquella época, fueron a parar donaciones de personas no identificadas que apoyaron entre los años cincuenta y setenta a Juan Carlos I. Una versión que ahora niegan personas cercanas a la administración de la fortuna oculta del Rey en aquella época. “No veo a industriales españoles donando esas cifras en aquella época. Él habría hecho algún comentario a su círculo más íntimo sobre ese supuesto apoyo económico a la monarquía y nunca lo hizo”, afirma una fuente del citado ámbito.
La aportación más importante a estos fondos ocultos se produjo en 1999 por parte de Simeón de Bulgaria. La documentación demuestra que el entonces segundo administrador tapado de Juan Carlos I transfirió nueve millones de dólares (más de ocho millones de euros) a los dos trusts creados por Prado desde una cuenta en el JP Morgan de Suiza. En la operación participó N.B., una ejecutiva costarricense de ese banco casada con un suizo que mantuvo reuniones en Ginebra con el entonces jefe del Estado, según una de las fuentes consultadas.
La duplicidad en la administración del patrimonio oculto del entonces jefe del Estado duró poco. Juan Carlos I prescindió de los servicios de Simeón de Bulgaria para no incomodar a Prado. Y este fue relevado al estallar su escándalo, investigación y condena de cárcel en 2004 por apropiación indebida en el caso Torras. Le sucedió en la misión de administrador en la sombra un profesor de Economía de Córdoba “muy competente y prestigioso”, cuyo nombre no ha trascendido. “Es muy bueno”, acostumbraba a confesar Juan Carlos I a sus allegados más íntimos.
Terminaron las gestiones de Prado, el banquero del rey, pero la relación no se rompió ni cuando permaneció en prisión. En sus memorias Una lealtad real (Almuzara 2018), Prado lo explicó así: “Nunca me sentí olvidado por don Juan Carlos. He de decir que solía llamar a mi familia (...) Solía enviarle cartas de forma regular, en papelajos de lo más cutre”. Un libro íntimo en el que no desvela sus gestiones como consejero financiero, pero en el que sí habla de “los servicios del silencio, que de alguna manera puede que hasta sean del todo impagables”.