Una de las tradiciones más arraigadas de la Iglesia Católica es la elección de un nuevo nombre por parte del Sumo Pontífice al ascender al trono de San Pedro. Aunque no existe una ley canónica que obligue al nuevo Papa a cambiar su nombre de pila, la costumbre se ha mantenido a lo largo de la historia. La elección de un nuevo nombre marca un punto de inflexión en la vida del elegido, representando su nueva misión y su conexión con sus predecesores.
Históricamente, la práctica se popularizó a partir del siglo VI. El papa número 56, Juan II, cuyo nombre de nacimiento era Mercurio, consideró inapropiado llevar el nombre de un dios romano. Este hecho sentó un precedente que fue seguido por muchos otros pontífices a lo largo de los siglos.
Significado de los nuevos nombres
La elección del nuevo nombre puede tener múltiples significados:
Homenaje a un santo o a un papa anterior: Muchos eligen el nombre de un santo importante en su vida o de un pontífice cuyo legado desean emular. Por ejemplo, el Papa Juan Pablo II rindió homenaje a sus predecesores Juan XXIII y Pablo VI.