A veces consideramos las cosas “malas” que nos suceden como castigos de Dios. Y ¿serán castigos? Tal vez no, porque esas cosas que parecen “castigos”, vistos desde la perspectiva de Dios, pueden más bien ser “regalos”. O “gracias”, como suelen llamarse en el lenguaje teológico estas cosas.
Cuando Jesús fue informado de una masacre de Pilato que “había dado muerte en el Templo a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios” (Lc 13, 1-9), Él aprovecha la ocasión para hacer un dramático llamado al arrepentimiento, advirtiendo del riesgo que corremos si no nos convertimos.
“¿Piensan ustedes que aquellos galileos porque les sucedió esto eran más pecadores que los demás galileos?”. Y Él mismo contesta: “Ciertamente que no”.
Y cuando curó al ciego de nacimiento (Jn 9, 2), los testigos del milagro querían saber la causa de la enfermedad y le preguntaron a Jesús si la ceguera era por culpa suya o por culpa de sus padres. Y la respuesta del Señor fue muy clara: “No es por haber pecado él o sus padres, sino para que se manifieste en él la obra de Dios”.
Estas situaciones son parecidas a tragedias que sufrimos día a día: injusticias y persecuciones, secuestros y asesinatos, guerras y catástrofes, enfermedades y accidentes, desabastecimiento y carestía ... Y ¿por qué suceden estas cosas? Lo contesta el mismo Jesús: lo importante no es el por qué, sino el “para qué”: “para que se manifieste la obra de Dios”.
¿Y cuál es la obra de Dios? Nuestra salvación, nuestra santificación. Y una cosa a tener en cuenta es que Dios trata de salvarnos a toda costa, haciéndonos todo tipo de llamadas, advertencias y, a veces, hasta aparentes “castigos”.
A veces nos llama con un milagro, como en el caso del ciego de nacimiento. A veces Dios hace su llamado a la salvación a través de serias advertencias, como el caso de los asesinados por Pilato.
Lo que Jesús dice sobre estos fallecidos muestran cómo estos sucesos son llamadas suyas para que cambiemos de vida.
Quiere decir que cuando nos suceden este tipo de situaciones adversas, debemos arrepentirnos de nuestras faltas y pecados, convertirnos y cambiar de vida. Si así lo hacemos, significa que estamos aprovechando estas situaciones como lo que son: llamadas que Él nos hace para acercarnos a Dios.
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Por Isabel Vidal de Tenreiro