Las apariciones de Jesús resucitado a los apóstoles antes de su ascensión al cielo, fueron varias
Opinión.- En una de las apariciones de Jesús a los Apóstoles, des- pués de su resurrección, se encontraba ausente Tomás, uno de los doce (cf. Jn. 20, 19-31). Y conocemos la historia. Tomás no creyó. ¡Le faltaba tanta fe! Tuvo el atrevimiento de exigir -para poder creer meter su dedo en los orificios que dejaron los clavos en las manos del Señor y la mano en la llaga de su costado.
Esta exigencia parece terrible, ¿no? Pero… nosotros, los que vivimos en esta época ¿no nos parecemos a Tomás? ¿No creemos que toda verdad para serlo debe ser demostrada en forma palpable, visible, comprobable... igual que Tomás? ¿No podría el Señor reprendernos igual que a Tomás? “Ven, Tomás, acerca tu dedo... Mete tu mano en mi costado y no sigas dudando, sino cree. Tú crees porque me has visto. Dichosos los que creen sin haber visto”.
Las apariciones de Jesús resucitado a los apóstoles antes de su ascensión al cielo, fueron varias. Pero esta parece muy importante. Y no es nada más por el episodio de Santo Tomás, sino porque también en esa misma ocasión el Señor instituyó el sacramento del perdón o de la penitencia o confesión. “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.
Este domingo, que siguió al Domingo de Resurrección fue la “Fiesta de la Divina Misericordia”. Es una fiesta nueva en la Iglesia. Y es una fiesta bien particular, porque fue solicitada por el mismo Jesucristo a través de la Santa Faustina Kowalska, religiosa polaca del siglo XX, quien fue canonizada por Juan Pablo II, precisamente en esta Fiesta de la Divina Misericordia del año 2000.
El Evangelio nos relata cómo Je- sús instituyó el sacramento de la confesión. Pero también Jesús habló a Santa Faustina cosas importantes sobre la confesión: “Cuando vayas a confesar debes saber que Yo mismo te espero en el confesionario, solo que estoy ocul- to en el sacerdote. Pero Yo mismo actúo en el alma. Aquí la miseria del alma se encuentra con Dios de la Misericordia. Jesús llama a la confesión “Tribunal de la Misericordia”. Y para acogerse a ese “tribunal”, Él no nos pide grandes cosas: solo basta acercarse con fe a los pies de mi representante (el sacerdote) y confesarle con fe su mi- seria ... ¡Oh, cuán infelices son los que no se aprovechan de este milagro de la Divina Misericordia!”
¿Cómo podemos acogernos a su Misericordia? El Señor también habló a Santa Faustina sobre la fiesta: “Deseo que la Fiesta de la Misericordia sea un refugio y amparo para todas las almas y, especialmente, para los pobres pecadores... Ese día derramo un mar de gracias sobre las almas que se acerquen al manantial de mi Mise- ricordia. El alma que se confiese y reciba la santa comunión obtendrá el perdón total de las culpas y de las penas... Que ningún alma tema acercarse a mí, aunque sus pecados sean como escarlata” (o sea, muy graves o muy feos).
Así que quien aproveche este ofrecimiento del mismo Dios para el Día de la Divina Misericordia, queda “¡0 kilómetro!”, como si se acabara de bautizar, totalmente purificado de toda culpa, como si no hubiera cometido nunca ningún pecado.
Eso sí: hay que estar verdadera y completamente arrepentido y confesarse al menos 7 días antes. Además, hay que comulgar ese día.
¿Qué más podemos pedir?
¡Más fácil no puede ser!
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