Opinión
Cita con la historia: Carmelo y Teresa, un casi-suicidio por amor
Estando en la capital neogranadina Carmelo, que había contraído disentería sufre una grave recaída de la terrible enfermedad
12 de julio de 2024
Opinión.- Carmelo Fernández Páez era un joven guameño con muchas vinculaciones con Valencia. Su madre, Luisa, vivió en Naguanagua. Su tío, José Antonio Páez tenía casa en nuestra ciudad, desde donde dirigía los destinos de nuestro país. En esa casa Carmelo colaboró con Pedro Castillo en la elaboración de los maravillosos murales que decoran la que hoy conocemos como “Casa Páez”.

Aunque no participó de la guerra de independencia en Venezuela, para finales de los años 20 del siglo XIX Carmelo, en busca de honores, aventuras y fortuna se había alistado en el Ejército Libertador, que luchaba en el Sur. Para 1829, se libraba la guerra entre Colombia y Perú y Carmelo se encontraba como teniente del Batallón Cazadores de Occidente, destacado en Bogotá.

Estando en la capital neogranadina Carmelo, que había contraído disentería sufre una grave recaída de la terrible enfermedad. Carmelo, un muchacho sin ninguna fortuna, se encontraba en una ciudad desconocida, sin amigos y a merced de su destino. Pero afortunadamente, iba de paso por Bogotá el general José Laurencio Silva, que, aunque no lo conocía se interesó por su caso al saber que era sobrino de Páez. Silva lo recomendó con una importante valenciana que a la sazón se encontraba en Bogotá: nuestra siempre recordada Josefa “Chepita” Zavaleta.

Josefa desde 1823 estaba residenciada en Bogotá porque había sido expulsada de Venezuela al estar implicada en un plan de magnicidio frustrado en contra del general Pablo Morillo, a quien pensaban ultimar en nuestra ciudad, donde ambos residían. Aquí Josefa, que era viuda de un oficial patriota, había contraído segundas nupcias con un antioqueño, Juan Manuel Arrubla. Al ser expulsados de Venezuela y terminada la guerra se residenciaron con sus hijos en la capital colombiana. Para mayor fortuna de Carmelo, los hijos de Josefa, Francisco y Gerónimo Tinoco Zavaleta, habían sido sus compañeros de estudios en Nueva York, donde profundizó sus estudios de artes plásticas. Es así que Josefa recibe de buen agrado al muchacho sobrino del prócer de la independencia y condiscípulo de sus muchachos.

Carmelo recibió todos los cuidados necesarios en sus días de enfermedad en la casa de los Arrubla-Zavaleta, hasta quedar completamente recuperado y reanudar su vida ordinaria en el Batallón.

Agradecido, el joven continuaba visitando la rica residencia de sus benefactores, donde también vivían las hijas de doña Josefa, Teresa, de 18 años y la pequeña Heraclia.

Teresita era el centro de atención de aquel aristocrático hogar. Pretendientes le sobraban, pero la mantuana valenciana los descartaba sin importarle las fortunas o títulos que ostentaran. Norteamericanos, suramericanos y europeos salieron con las tablas en la cabeza cuando pretendieron obtener los favores de la damita.

En silencio, entre visita y visita, Carmelo se fue enamorando de la bella Teresita, hasta que una noche se le declaró. Pero la respuesta para Carmelo fue decepcionante. Teresita le dijo estar enamorada de Andrés Ibarra, edecán del Libertador, quien también estaba enamorado de la muchacha.

Devastado, Carmelo decidió suicidarse. Tomó una abundante dosis de opio para acabar con su infortunada existencia. Al enterarse del intento de suicido, los Zavaleta llamaron inmediatamente a su médico, el Dr. Davoren, quien años antes lo había curado de la disentería. El galeno lo trató, aunque Carmelo insistía en no vivir, pero Davoren lo aconsejó de lo insensato de su decisión y le salvó la vida.

El no correspondido amor de Carmelo por Teresita duró muchos años. El mismo recuerda que regresando a Venezuela, a mitad de camino, en Cúcuta, suspirando grabó en un árbol las iniciales de ambos ante la mirada del coronel Antonio Jurado, a quien contó su desdicha.

Carmelo se casó con Eumelia Sosi, de quien tuvo dos varones y luego con Merced León Árraga con quien tuvo otro niño.

El matrimonio de Josefa Zavaleta y Juan Manuel Arrubla no soportó las infidelidades del caballero y a los años Josefa regresó a Valencia con todos sus hijos.

Andrés Ibarra, se casó con Anastasia Urbaneja y tuvo una hija Ana Teresa, fue la esposa de Guzmán Blanco.

Por: Luis Heraclio Medina Canelón.
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VÍA NT
FUENTE Editoría de Notitarde