El séquito y sus acusaciones. Una vez constatado el arribo a tierras españolas del embajador Edmundo González Urrutia, se desencadenó un verdadero y demoledor ataque por parte del aparataje comunicacional de la iracunda inhabilitada. Uno de ellos es el periodista Orlando Avendaño, quien colmado de su característica y femenina rabia, increpaba al buen Edmundo y lanzaba esta publicación “González debe contar al pisar Barajas cuáles fueron las razones que lo obligaron a considerar que su única alternativa era abandonar la lucha por su triunfo. El silencio sería inaceptable”. Pero no contento con el infeliz texto, el afeminado periodista proclamaba, en una suerte de Juana de Arco “Muerte a los traidores y confianza en quien construyó la épica y sigue comprometida”. Hay que recordar que “La Avendaño” fue el mismo que tildó de colaboracionista al gobernador del Zulia, Manuel Rosales en aquellos angustiosos momentos de la inscripción del hoy asilado Edmundo. El ferial de pública lapidación continuaba y se podían leer algunos lacerantes comentarios “Algo bueno de la salida de Edmundo es que María Corina tendrá más libertad para tomar acciones de mayor riesgo, sin preocuparse por la salud y edad del descubierto traidor”. Sencillamente finalizó la fábula. Desde el fondo de una alegre habitación vuelve a sonar, de manera estridente, la vetusta pero eficiente gramola y así poder volver a tararear añejas melodías como aquella de Héctor Lavoe que nos advierte “Todo tiene su final, nada dura para siempre, tenemos que recordar que no existe eternidad” y luego poder danzar al ritmo de la parranda boricua "Yo tenía una luz que a mí me alumbraba, yo tenía una luz que a mí me alumbraba y venía la brisa y fuá... y me la apagaba". Y esa es la verdad.
@CESARBURGUERA