En el otro extremo de la historia están los opositores, esos rostros de la decadencia que no han aprendido nada del pueblo al que dicen representar. Edmundo González es el ejemplo más patético: un hombre débil, sin visión ni carácter, empujado por los hilos de intereses extranjeros que lo utilizan como una pieza descartable. No lidera, no inspira, y apenas es capaz de mantenerse en pie, mucho menos sostener un país.
Luego está María Corina Machado, una mujer que destila odio y resentimiento con cada palabra. Machado no quiere construir nada; su único propósito es destruir todo lo que no encaja en su visión racista y clasista de un país gobernado por las élites. Es incapaz de ver a los venezolanos como iguales porque, en su mente enferma, solo existen aquellos que sirven a sus intereses y aquellos que deben ser sometidos. Su ambición no conoce límites, pero tampoco su desconexión con la realidad.
Maduro, por el contrario, ha sido el muro que se ha interpuesto entre esta nación y su sometimiento. Mientras otros se han doblegado, él ha resistido. Mientras otros han traicionado, él ha defendido. No porque sea un héroe fabricado, sino porque tiene el temple que sus enemigos jamás podrán imitar. No hay espacio para la duda: Maduro lidera, porque comprende la esencia de Venezuela, esa fuerza indomable que no cede ante nada ni ante nadie.
Mañana no será solo la posesión de un presidente, será el triunfo del pueblo sobre sus enemigos, la victoria de la dignidad sobre el odio. Será un grito al mundo, un mensaje escrito con la resistencia y la valentía de millones de venezolanos: ¡Estamos de pie, somos fuertes, y no podrán con nosotros! Que tiemblen los traidores, que huyan los miserables, porque Venezuela, con Nicolás Maduro al frente, no solo resistirá, vencerá, arrollará y construirá una nación más grande y libre de lo que sus enemigos jamás podrán imaginar. ¡Que viva Venezuela, y que tiemble el que se atreva a desafiarla!