Linda D’ Ambrosio: Voy a tragarme un sapo
Para mí sorpresa, al investigar la expresión, descubrí que muchos autores han recogido y desarrollado en sus páginas la idea de deglutir un batracio
Opinión.- ¿Cuántas veces en la vida por amor, por sentido de la responsabilidad o hasta por conveniencia, nos vemos precisados a pasar por cosas que preferiríamos evitar? Se trata de elecciones que efectuamos libremente, en aras de un resultado que para nosotros vale la pena. ¿Quiere aprobar en sus estudios? Tráguese ese sapo. ¿Desea preservar la paz? Tráguese ese sapo. ¿Necesita recuperar su salud? Tráguese ese sapo.
La verdad, no estaba familiarizada con la expresión “tragarse el sapo” hasta que comencé a estudiar portugués y la escuché en ese idioma, pero no es muy difícil comprender a lo que se refiere: un sapo, tanto por su volumen cuanto por la repugnancia que inspira, no debe de ser muy fácil de engullir.
Para mí sorpresa, al investigar la expresión, descubrí que muchos autores han recogido y desarrollado en sus páginas la idea de deglutir un batracio. Me encantaron las instrucciones para tragarse un sapo, contenidas en el libro La vida sin Plan “B”, de Roberto Abinzano, profesor emérito de la Universidad Nacional de Misiones, Argentina.
Abinzano se centra en la conveniencia de no postergar el momento de la ingestión, una vez decididos. En consonancia con el refrán que reza “al mal paso, darle prisa”, expresa: “Es cierto que ante la vista del animal hay que tener mucha valentía para iniciar el proceso indicado, pero no es menos cierto que tener en forma permanente la sensación de espera sobre algo inexorable puede destruir psicológicamente al más pintado de los humanos. Por otra parte, la imagen del batracio se cruza obstinadamente ante nuestra vista o aparece en los sueños”.
La frase ha dado también origen a un libro de profundo impacto en el ámbito de la productividad: Tráguese ese sapo. 21 estrategias para tomar decisiones rápidas y mejorar la eficacia profesional, de Bryan Tracy. La obra, que data de 2017 y ha sido traducida a 40 idiomas, gira en torno a cómo jerarquizar las tareas pendientes y, al parecer, se inspira en una cita de Mark Twain: “Si tu trabajo es comerte una rana, es mejor hacerlo a primera hora de la mañana. Y, si tu trabajo es comerte dos ranas, es mejor comerte la más grande primero”. De ese modo no procrastinaremos las tareas desagradables y, una vez experimentada la satisfacción que el logro proporciona, el resto de la jornada parecerá en comparación más liviana.
Estos anfibios han sido objeto favorito del refranero popular. En la Europa del siglo XVII, un “come sapos” era el asistente de un empresario y su función era asegurarse de que su jefe tuviera una buena imagen. Este ayudante se encargaba de comer (o, al menos, aparentar comer) lo que se creía que eran sapos venenosos. El maestro del come sapos, que era un charlatán, “salvaba” a su asistente de los efectos del veneno, simulando extraerlo de su cuerpo.
Engullir sapos o culebras, tenidos por la encarnación misma de Lucifer durante la Edad Media, hubiera supuesto introducir en nuestro cuerpo al propio demonio.
Sin embargo, estas criaturitas siempre me han inspirado una profunda simpatía y los considero símbolo de avance y perseverancia. Otro refrán popular reza “Pa’lante es que brinca el sapo, manque le puyen el ojo”.
El caso es que, con mucha o poca retórica, todos, inevitablemente, pasamos por la necesidad de tragarnos un sapo. Yo misma me encuentro de cara a una desagradable deglución y quisiera pensar, con Abinzano que, en definitiva, tragar sapos es un síntoma positivo, que demuestra haberse atrevido a sueños y riesgos audaces.
linda.dambrosiom@gmail.com
Linda D’ Ambrosio