Sobre el suelo… La omisión de los tubérculos me sorprende
Opinión.- Hay quienes, sin proponérselo siquiera, van dejando una estela iluminadora.
Descubro, gracias a alguien que la requiere, que el jain meal constituye una alternativa entre las comidas ofrecidas por ciertas aerolíneas. Como vegetariana, me resulta promisoria la novedad e indago: la pesquisa revela que el jain meal se prepara con condimentos indios y suele ser picante. No contiene cebolla, ajo u otros tubérculos, ni tampoco productos animales, basándose fundamentalmente en frutas y verduras frescas que crecen sobre el suelo.
Sobre el suelo… La omisión de los tubérculos me sorprende. Doy con una explicación en la muy básica Wikipedia: “excluye las raíces y las verduras subterráneas (…) para evitar dañar pequeños insectos y microorganismos y también para evitar que toda la planta sea arrancada y muerta”. Me conmueve esta forma de respeto a la vida aun cuando se expresa en sus formas más pequeñas.
Descubro también que la expresión “jain” remite a una antigua religión de la India que enseña que el alma puede liberarse de la cadena de sucesivos nacimientos y muertes a través de la observancia de cuatro principios, el más importante de los cuales es el ahimsa, término que puede traducirse como “no violencia”.
Y es que los jainistas consideran que todas las almas que residen en los animales y las plantas, así como en los seres humanos, tienen igual valor y deben ser tratadas con respeto y compasión. En otro site se indica que el ahimsa supone no solo “… no hacer daño, sino también trabajar positivamente para promover la tolerancia, el perdón, la compasión y ayudar a los menos afortunados”.
Me siento absolutamente identificada con esta filosofía de vida y me admira la delicadeza de quienes, en lugar de atropellar con desdén a las otras criaturas del planeta, protegen a los más débiles. Y pienso que esto ratifica algo que escuché decir en días pasados: muchos temas que revisten hoy actualidad y que la ciencia valida, ya estaban en vigor en la India hace miles de años. De hecho, el nacimiento de la autoridad que “revivió” el jainismo, Mahavira, se sitúa en el siglo IV a.C.
Y es que es inevitable aceptar nuestro papel poco protagónico e interdependiente en el mundo. El deterioro ecológico, producto de nuestro impacto en la naturaleza, amenaza la supervivencia no solo de diversas especies, sino también de la nuestra. Y esto va más allá de la agresión directa: involucra prácticas en las que participamos con indiferencia, como el uso de plásticos.
Pero, además, la ciencia también ratifica que aun los más pequeños seres son conscientes de su existencia en el mundo: experimentan la sensación de estar dentro del propio cuerpo y de poderse mover, asir objetos o evitarlos.
Un estudio realizado en la Universidad de Macquarie (Australia) y publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences indica que los insectos no son pequeños robots que responden automáticamente a los estímulos ambientales: “los animales tienen sustratos neuroanatómicos, neuroquímicos y neurofisiológicos de estados de conciencia, junto con la capacidad de exhibir comportamientos intencionales, probar estados afectivos y soñar como los humanos”. Así lo había afirmado ya el famoso etiólogo Konrad Lorenz, en 1986.
Ya que necesitamos más pruebas que las que el corazón aporta cuando surge en él espontáneamente la compasión, que todos estos hallazgos contribuyan a abrirnos los ojos a la dimensión de otros earthlings que comparten con nosotros el planeta, y nos libere del desdeñoso tratamiento de quienes nos han llamado comeflores.
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Linda D’Ambrosio