Así mismo, Cristo resucitado también es la promesa de una nueva vida (2 Corintios 5:17).
Opinión.- El momento en que se celebra cada año la Semana Santa depende de la primera luna llena después del equinoccio de primavera: el primer domingo tras esa luna llena, será el Domingo de Resurrección.
Ello explica que los huevos se asocien a las festividades pascuales. Es natural que se asuman como símbolo de la primavera, tiempo en que la naturaleza se renueva tras el invierno, siendo que contienen en sí el germen de un nuevo ser. Así mismo, Cristo resucitado también es la promesa de una nueva vida (2 Corintios 5:17).
Por su parte, las escrituras védicas mencionan el Hiranyagarbha, el “huevo dorado”, fuente primordial de la creación, de donde surge el universo, subrayando la idea de que todo el cosmos se origina de un único principio.
En las artes plásticas los huevos han tenido un interesante papel como vehículo moralizante. Ya Dalí había dibujado al Geopoliticus observando el nacimiento de un hombre nuevo, en 1943. Una interesante Natividad de Juan Pantoja de la Cruz muestra una cesta repleta de huevos a los pies del Niño Jesús en 1603, tema que replantean Velázquez, Murillo y Goya en sus obras Vieja friendo huevos (1618), Vieja con gallina y cesta de huevos (1650) y La huevera (1808), respectivamente, por citar algunos casos.
Pero recuerdo especialmente la obra Principio y fin, de Manuel de la Fuente, que mereció en 1983 el primer premio en la Segunda Bienal Nacional de Artes Plásticas, así como el Primer Premio de Escultura en la Primera Bienal Pablo Picasso, organizada por el Instituto de Cooperación Iberoamericana en 1986: un gigantesco huevo que eclosiona para revelar múltiples pollos que pujan por salir de su interior, metáfora de la pugna por satisfacer necesidades básicas a las que se ven sometidos los terrícolas contemporáneos.
El crítico José María Salvador explica cómo el principio incluido en el título de esta obra alude a la capacidad germinal del huevo, mientras que el fin tiene un doble significado: fin como conclusión de una vida, y fin como finalidad, como propósito de esa misma existencia, consumida en producir sin tregua, como sucede con los pobres animales en las granjas industriales.
Y, mientras celebro la meticulosa orfebrería que produjo los maravillosos huevos pascuales manados del taller de Fabergé en la Rusia zarista, y me enternezco contemplando las bucólicas imágenes de conejos y pollitos esculpidos en chocolate o acuarelados sobre papel, no puedo dejar de pensar en el sufrimiento de estos mismos animalitos confinados un día tras otro en sus lúgubres sitios de reclusión.
Aunque los huevos comerciales no siempre contienen vida, su producción está asociada con prácticas que pueden implicar sufrimiento animal. Afortunadamente, al menos en Europa, se ha producido un viraje hacia condiciones más dignas de producción.
Siempre respondo lo mismo: si bien otros animales son predadores y cazan, nosotros tenemos otros recursos para alimentarnos, Pero, sobre todo, la muerte supone un sufrimiento puntual pero ¿qué decir del sufrimiento prolongado, a veces por meses y años, de tantos animales constreñidos a un doloroso cautiverio en el que se les inflige un espantoso trato?
Nuestra celebración de la vida y la belleza agreste pareciera entrañar una doble moral, una contradicción flagrante en la que atentamos contra todo aquello que desde nuestro intelecto ensalzamos.
Que nuestros huevitos pascuales sean una apuesta por la vida y la belleza, por contraposición al sufrimiento y el horror.
linda.dambrosiom@gmail.com