Opinión
Cesár Burguera: Un Cuento Grotesco
"Advertirá nuestro asiduo lector que no cometeremos el literario sacrilegio de convocar la trayectoria"
19 de julio de 2022
Opinión.- Un Cuento Grotesco

Advertirá nuestro asiduo lector que no cometeremos el literario sacrilegio de convocar la trayectoria, los relatos de un venezolano universal, un exime carabobeño y un valenciano excepcional como José Rafael Pocaterra, fiel representante de lo más acabado de la narrativa patria, esa que llegó a colindar con la perfección, en fin la obra, huella y legado plasmado por José Rafael Pocaterra reflejan a una de las etapas fundamentales de la literatura venezolana. Aún se puede sentir su propio transitar. Es tener la absoluta sensación de que sus pasos vegetales retumban, con mayor intensidad, en el mismo centro, en el casco histórico de su ciudad natal, extraviándose para siempre entre la esperanza y sentir de todo su pueblo. Tan solo haremos referencia, en esta semanal entrega, a un breve relato, producto de nuestra mermada imaginación, de nuestro carente ingenio. Este cuento grotesco se logra ubicar en un recóndito poblado asentado firmemente en nuestra idealista geografía, pero exhibiendo sus propias características, su propio destino, así como también toparnos, en una suerte de singular desconcierto, con una variedad de personajes que se confrontan entre la vanidad criolla de la gente decente y la miseria reinante de los pervertidos, ambos irreconciliables extremos conviven en esta ficticia historia.


El Cándido Toto y la Decrépita Charola

Corría febrilmente los días en aquella frenética aldea. Sus calles, algunas con el secular revestimiento de la rígida piedra. El calor agobiante azotando de manera inclemente y un copioso sudor se apoderaba de cada uno de los rostros. La entrada del poblado ofrecía, como inescrutable monumento, un enorme y vetusto cencerro, que según un avezado poblador, era necesario, ya que a través de su triste y vacío sonido, se podría capitalizar toda la melancolía. Un día retornaba a la lejana aldea uno de los suyos, regresaba de la gran ciudad, después de cursar estudios en la práctica, en el ejercicio de la medicina y empezaba a prodigar su conocimientos, ayudando al enfermo y necesitado. Los espacios de su grisáceo consultorio no se daban abasto para la atención de todos los que de manera reverencial acudían para sanar cualquier mal de alma y cuerpo. Se había convertido en un verdadero apóstol, por ello pudo alcanzar el merecido título de “Toto el Justo”, quien había podido constituir una sólida relación matrimonial y procrear una bienaventurada descendencia. Sin embargo surgía la tentación que adquiría cuerpo y figura en una promiscua mujer que buscaría comprometer la estabilidad existente en el seno familiar de “Toto el Justo”. La cuestionaba dama, conocida por realizar nocturnos recorridos, deteniéndose, por extensas horas, en las silentes esquinas, siempre aguardando cualquier petición para poder saciar su incontrolable furor uterino, ese deseo violento de entregarse a la cópula. La lujuriosa dama era conocida como “Charola la Repostera”, pero siempre existió el terco debate de que su oficio no era repostera sino reportera, por ello es que en algunas oscuras y deshabitadas estancias o pastizales de la estremecedora aldea todavía se pueda escuchar “Nosotros fuimos testigos, por aquí paso furtivamente “Charola la Reportera”. Una descontrolada obsesión por “Toto el Justo” se apoderó de “Charola la Repostera o la Reportera” y el intenso acoso, por más de una década, al altruista galeno adquiría la condición de ser público y notorio. Era la matinal murmuración entre los habitantes del polvoriento poblado, quienes ante la osadía de “Charola la Repostera o la Reportera” acudían a la pequeña capilla para buscar al joven sacerdote y de manera conjunta elevar plegarias a la providencia para salvar a la población de esas impúdicas conductas y expiar los pecados de “Charola la Repostera o la Reportera”. Al parecer las oraciones surtieron celestial o divino efecto, ya que “Toto el Justo” puso drástico fin a la indecente relación extramarital y se refugió en su entorno familiar, que lo llenaba de dicha, sosiego y felicidad. “Toto el Justo” preparaba su equipaje y tomó la insoportable decisión de huir de su propio pueblo, de su misma gente y así, con su consorte y adorados hijos, dejaba atrás y para siempre su reverenciado y natal terruño. Se dice que antes de emprender su último viaje se acercó al vetusto cencerro para hacerlo tintinear y a través de su vacío sonido poder transmitir toda la melancolía y tristeza que lo embargaba por su obligada partida. Todo el pueblo estaba asolado, volvía a partir uno de los suyos, los llantos eran fiel reflejo de una profunda aflicción. Todo era luto, la aldea se convertía en un enorme velorio y es que “Toto el Justo” se había ido. Aún algunos agradecidos pacientes se acercan al plomizo y borroso consultorio para avivar cualquier vela y recordar que en algún momento fue un verdadero santuario donde eran sanadas las múltiples dolencias y enfermedades que aquejaban a la profunda aldea. Producto de la indignación colectiva y señalada como la indecente responsable, “Charola la Repostera o la Repostera” fue excomulgada y se le impidió el acceso a cualquier acto litúrgico que fuese realizado en el reducido templo de aquel eterno pueblo. Los interminables caminos relatan que “Charola la Repostera o la Reportera” fue confinada a una estropeada y deslucida garita radial, donde con micrófono en aferrada mano, pretendía volver a sus indecorosas y libertinas andanzas. Fueron innumerables los episodios donde ansiaba poner en práctica sus agotadas tretas en el arte de la seducción y poder captar la inocente atención de los mozuelos de la pintoresca aldea. Ya con los años a cuestas, arribaba la capitulación de “Charola la Repostera o la Reportera” y contraía nupcias en un pueblo aledaño, tal vez pensando de que era hora de apaciguar los ánimos, sin embargo el destino le tenía preparado el más demoledor de los castigos por su obsceno comportamiento y es que resulta que su adolescente cónyuge la abandonó en su lecho matrimonial para partir al encuentro de una voluptuosa y atractiva dama, que surgía como irónica venganza, ya que practicaba el mismo oficio de prodigar la medicina como lo hiciese aquel apreciado “Toto el Justo”. Sumida en la soledad, desbordada por su amargura e irreversible frustración, “Charola la Repostera o la Reportera” observa cómo el inexorable tiempo ha vapuleado drásticamente su cuerpo pero sobre todo su alma, asume la condición de decrépita. Los días se les hace infinito, le aterra el arribo de cualquier noche porque sabe perfectamente que la aguarda la nostalgia de una fría cama. Aparece, desde el fondo del rojizo armario, la metálica gramola y su incesante ejercicio de producir melodía. “Solitaria, camina la Charola y la gente se pone a murmurar, dicen que tiene una pena, dicen que tiene una pena, que la hace llorar”. Y esa es la verdad.

Por Cesár Burguera


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VÍA Karla Oviedo
FUENTE Editoría de Notitarde