Opinión
Luis Heraclio Medina Canelón: Tres magnicidios (frustrados) en Valencia
"Se entiende por magnicidio el asesinato de una persona muy importante por su cargo o poder"
29 de julio de 2022
Opinión.- Se entiende por magnicidio el asesinato de una persona muy importante por su cargo o poder.

Valencia, por su situación geográfica y política muchas veces sirvió de lugar de paso o de estadía a los más importantes políticos del país, y por supuesto, entre ellos los más poderosos autócratas que han pasado por tierras venezolanas. Tres de ellos estuvieron a punto de tener su patíbulo en nuestra ciudad. Si los complots hubieran triunfado la historia habría tenido giros muy distintos.
1820 Mucuraparo:

El primero de ellos fue nada menos que el capitán general Don Pablo Morillo. En el año de 1820 el general Morillo tenía alojado en Valencia cierto tiempo ya que había resultado gravemente herido de un lanzazo en la batalla de La Puerta y se había establecido en la ciudad para recuperarse. La provincia de Venezuela había sido pacificada por su ejército expedicionario llegado en 1815 y Bolívar junto a los principales jefes insurgentes, derrotados, se habían retirado a la Nueva Granada para reorganizarse. Prácticamente toda la resistencia republicana en el centro del país había sido aplastada y ya no se combatía.
 
A todas estas Morillo, en un relativo clima de paz se dedicaba a ordenar obras civiles en Valencia, tales como la segunda torre de la Catedral, el puente sobre el río de la ciudad que luego llevaría su nombre, el empedrado de calles, un nuevo cementerio, etc. Pero aquel clima de paz era sólo aparente. Aunque la dirigencia republicana estaba muy lejos, facciones autónomas planeaban acciones en contra de las tropas realistas: Muy cerca de Valencia, en la vía hacia Tocuyito, en un lugar que ya nadie recuerda llamado Mucuraparo, se encontraba inadvertido por los realistas un grupo de unos doscientos patriotas planeando lo que hoy llamaríamos una “acción de comando”: Cuando el grueso del ejército realista estuviera fuera de la ciudad se trataría de dar un “golpe de mano” y matar al general don Pablo Morillo y su plana mayor. Este complot tenía enormes ramificaciones en lo mejor de la valencianidad: desde el alcalde de la ciudad, Vicente Guevara, hasta damas de lo más importante de Valencia, como nuestra gran heroína Josefa Zavaleta estaban implicados hasta los tuétanos. Pero un esclavo que llevaba correspondencia comprometedora a Mucuraparo fue interceptado por los realistas y fueron hilando fino hasta desentrañar todo el plan. Varias docenas de valencianos fueron detenidos y enjuiciados por un Consejo de Guerra. El alcalde de la ciudad y otros conspiradores fueron fusilados en la plaza mayor. Doña Josefa Zavaleta enjuiciada y encarcelada luego le fue sustituida la pena por la expulsión de la provincia y terminó residenciada en Nueva Granada. Morillo quedó impresionado al darse cuenta de que ni en un clima de paz podría contar con la vida. En “El Correo del Orinoco” Nro. 69, 1ero de Julio de 1820 se puede leer:

“Se aguardaba a Morillo en Caracas para jurar la Constitución, pero aseguran está muy azarado porque dicen que la conspiración era para asesinarlo a él y su plana mayor …”

Poco tiempo después Morillo firmaría el armisticio con Bolívar, le regalaría su caballo, haría sus maletas y se marcharía para no volver nunca más.
1871 La noche de San Bernardino.
 
Para la década de 1870 Antonio Guzmán Blanco era el dueño absoluto del poder en Venezuela. Su segundo, el hombre de acción era el cojedeño Matías Salazar, un guerrero de la vieja escuela, valeroso, indisciplinado y osado, con gran ascendiente en los pueblos de Carabobo y Cojedes. “Matiitas”, lo conocían por su escaso tamaño. Al frente de las tropas de Guzmán, Matías Salazar había tomado Caracas a sangre y fuego, desalojando al enemigo y facilitando la entronización de Guzmán. Fue designado segundo jefe del ejército y luego presidente de Carabobo. Más tarde derrota a los enemigos del gobierno en la batalla de Guama, lo que termina por consagrarle como el gran jefe militar del guzmancismo. Pero poco a poco va distanciándose de su jefe y muestra sus apetencias de poder. El 20 mayo de 1871, en una de las frecuentes visitas de Guzmán Blanco a Valencia “Matiitas” le monta una trampa: con engaños lo hace ir a una cochera donde un grupo de sicarios esperan para matar al presidente, pero a última hora Guzmán es advertido del plan y rápidamente se retira salvándose por minutos. Era la noche de “San Bernardino” en el santoral, y así es recordada esa noche que pudo cambiar la historia.
 
Salazar huyó, se alzó con sus tropas, fue derrotado y perdonado por Guzmán. Luego se volvió a alzar, pero ya no hubo perdón: Guzmán ordenó que lo fusilaran entre Taguanes y Tinaquillo.

1929 El atentado de las bombas.

A finales de los veinte Juan Vicente Gómez llevaba dos décadas tiranizando a Venezuela. La salud por el suelo, campeando la tuberculosis, el paludismo y la disentería. La pobreza extrema en todo el país con las universidades cerradas y prácticamente sin escuelas y una degradación moral extrema con crímenes de palacio, gobernadores proxenetas que monopolizan garitos y burdeles. Continuos alzamientos a lo largo y ancho del país todos los años habían fracasado en su intento de deponer al dictador. Un grupo de venezolanos se deciden por la última medida: el tiranicidio. Los conspiradores copian un modelo de bomba muy “de moda” en Europa: la bomba de Orsini, un explosivo fácil de fabricar con elementos que se conseguían en cualquier pulpería de camino: cacerolas de hierro, cartuchos de escopeta, clavos y tornillos. Se fabrican las bombas y se tiene todo listo para cuando Gómez venga a visitar el Campo de Carabobo, pero en el traslado de los explosivos se accidenta el camión que los trae y es abandonado en plena carretera. El vehículo es revisado por la policía y cunde la alerta general. Son allanadas centenares de casas en Valencia y unos cincuenta elementos de lo mejor de la ciudad van a dar al Castillo de Puerto Cabello. Con razón Gómez nunca quiso a Valencia y nos mandó lo peor de sus bárbaros.
Valencia es un lugar peligroso para los tiranos.

Por Luis Heraclio Medina Canelón
M.C. de la Academia de Historia del Estado Carabobo
@luishmedinac
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VÍA NT
FUENTE Editoría de Notitarde