Algunos nacen así, sin lúnulas visibles o con lúnulas muy pequeñas, y no es nada anormal. Además, a medida que envejecemos, las medialunas pueden volverse menos prominentes o desaparecer por completo, tratándose de un fenómeno natural.
La información que abunda en Internet alarmando sobre la supuesta deficiencia de vitaminas que evidenciaría la ausencia de ellas no se corresponde con la realidad, pues la base de la uña y la lúnula que la acompaña se determinan al nacer, al igual que la calidad general de las uñas, su tamaño y grosor, y no dependen de las vitaminas que consumamos, indicó Stern.
Aunque la lúnula no se ha estudiado en profundidad en términos de patología, algunos datos apuntan a la posible relación de su ausencia con ciertas condiciones médicas y problemas de salud, como trastornos en la circulación sanguínea (anemia) o la insuficiencia renal crónica. Un estudio también vinculó la desaparición de las lúnulas en quienes las tenían con el desarrollo de la depresión.
En el caso de que uno tenga lúnulas visibles, es preciso prestar atención a los cambios de coloración. Si las medialunas se ennegrecen, se ponen marrones, rojizas o amarillentas, es motivo para pasar por una consulta médica. Aunque estos casos no sean frecuentes, podría tratarse de diabetes, insuficiencia cardíaca, problemas en los riñones, ingesta de medicamentos con tetraciclina, exceso de flúor o intoxicación por plata (metal, no dinero).