Crónica Policial: La muerte del halcón uno
"Mediados de los 90s. El gobernador Salas Römer había transformado a la Defensa Civil"
Sucesos.- Mediados de los 90s. El gobernador Salas Römer había transformado a la Defensa Civil, en una institución modelo para el resto del país. Se había creado una sala de control de todas las operaciones de emergencia del estado con los más modernos sistemas de informática, radio y comunicaciones, donde se centralizaba todas las operaciones de docenas de ambulancias y el helicóptero de Atención Inmediata, de la Policía de Carabobo, y de la Defensa Civil, todas las cuales habían sido dotadas de los más modernos equipos. Desde allí se coordinaban todas las operaciones de emergencia: rescates de heridos, extraviados y accidentados, procedimientos policiales y de bomberos y las actividades de los grupos de voluntarios.
Entre esos grupos estaba el de Voluntarios de Defensa Civil, donde había ciudadanos provenientes de las más diversas áreas: comerciantes, médicos, ejecutivos, industriales, mecánicos, empleados de la empresa privada y del estado, etc., todos hombres de acción apasionados por hacer algo distinto que redundara en beneficio de la comunidad.
El líder de este grupo era José Corrales, conocido como el “HALCON UNO” en las transmisiones radiales. Corrales era uno de esos tipos que tenía el don de líder de manera natural. Siempre estaba listo para hacer lo que otros veían difícil o imposible. Un cierto mediodía Corrales se dirigió a una oficina de HIDROCENTRO en la zona de Candelaria. Mientras hacía la fila en una de las cajas entraron dos hombres a las instalaciones. Con el conocido grito de “QUIETOS TODOS ¡ESTO ES UN ATRACO” inmovilizaron a empleados y clientes! Uno de los tipos cargaba un revólver, el otro esgrimía y decía que era una granada. El hampón del revólver subió a la planta alta mientras que el de la granada se quedaba vigilando en la planta baja, donde estaba Corrales. El “HALCON UNO” tenía ciertos conocimientos militares y policiales y notó algo en la supuesta granada, o no era tal estaba incompleta, lo que evidenciaba que no funcionaba, así que aprovechó, en un descuido del maleante, y sacó su revólver y redujo al ladrón que al verse encañonado no opuso mayor resistencia. Con el otro asaltante en la planta alta y armado, Corrales decide salir a la calle con el delincuente reducido encañonado, para pedir ayuda. Cuando están en la calle algunas personas se asustan y gritan y corren, pero sorpresivamente, otro sujeto se acerca sigilosamente, saca un arma y sin decir palabra dispara contra Corrales por la espalda. Era el “campanero”, el tercer hombre participante en el atraco. Una vez en el suelo, el asesino remata a Corrales de varios disparos. Con las detonaciones, el atracador que quedaba dentro del local sale apresuradamente y escapan con rumbo desconocido. Alguien que pasaba por el lugar da la alarma a la central de Defensa Civil. A los pocos minutos llegan al lugar las primeras ambulancias y radiopatrullas. Se apersonan en el sitio el comisario Ismael Noguera, el jefe de la PTJ, el licenciado Loaiza, director de Defensa Civil, y decenas de funcionarios. Se interroga a los testigos y los funcionarios salen a buscar datos e informaciones. Confidentes empiezan a dar sus versiones.
Salen varios nombres y alias de los primeros datos. Alguien dice que uno de los delincuentes era exfuncionario. Luego salen a relucir, la supuesta participación de alias “el mecánico”, alias “el negro” y alias “el policía”. Se hacen varios allanamientos, y en horas de la madrugada del día siguiente se tiene la información de un taller donde supuestamente se encuentra uno de los homicidas. El procedimiento lo tiene un comisario de la policía de Carabobo, conocido con el sobrenombre de una golosina. Allanan el taller y apenas divisan a alias “el mecánico”, quien tiene amplios antecedentes, le disparan y lo dejan muerto. No hay más nadie en el local. A los pocos días se presentan en la sede del Ministerio Público dos hampones de amplio prontuario policial, los conocidos “el negro” y “el policía”.
Denuncian que sus residencias han sido allanadas y que la policía los anda buscando para matarlos y que ellos actualmente no tienen cuentas pendientes. La fiscalía los interroga, y los pone a las órdenes de la PTJ y tribunales, y a los pocos días son liberados y se desaparecen del mapa.
Por Luis Heraclio Medina Canelón