Crónica del Pasado: 1928: Explosión en Puerto Cabello
"Eran tiempos de Gómez, cuando usted iba preso si hablaba, pero también lo llevaban al calabozo si se quedaba callado"
Sucesos.- Era el turbulento año de 1928. Rebeliones estudiantiles y militares contra la dictadura, se registraban en el país, pero Puerto Cabello continuaba bastante tranquilo; lo único que alborotaba a la ciudad era la llegada de vez en cuando de camiones cargados de presos para el castillo.
En una tarde de domingo el evento más importante de la población era una corrida de toros que se celebraba en una improvisada plaza donde participaban novilleros venezolanos y españoles, cuando de pronto una estruendosa explosión atrajo la atención de todos. Miraban para todos lados, buscando el origen de la enorme detonación hasta que se comenzó a ver una columna de humo que salía desde el Fortín Solano.
-Fue en el fortín – atinó a decir alguien, cuando empiezan a escucharse nuevas detonaciones, una tras otra. En minutos la placita de toros quedó vacía.
-Se alzó el fortín – dijo uno
- Pusieron una bomba – dijo otro.
- Cayó el gobierno – atajó uno más. Es una revolución¡
Pero los estallidos seguían. Se veía que allá en las alturas del Solano estaba explotando todo. Llamas de fuego y humo continuaron hasta bien entrada la noche aterrorizando a todo Puerto Cabello. El polvorín del Solano con su almacén de dinamita, pólvora y municiones había explotado. Dos soldados de la guarnición habían muerto en la detonación.
Tan pronto cesaron los estallidos un grupo de soldados acompañados de vecinos reclutados apresuradamente a plan de machete subieron la colina y apagaron los restos del fuego.
En una época que no existía ni la radio o la televisión, mucho menos la internet o las redes sociales, los únicos medios de comunicación social eran los periodiquitos que se publicaban en el puerto. Uno de estos era dirigido por el señor Juan José Alvins. Según recuerda Cesar Dao Colina en su obra “El Mirador de Solano, atalaya de la libertad”, el rotativo dirigido por Alvins hizo una pormenorizada relación de las labores de sofocación del incendio y mencionó a los funcionarios que valientemente apagaron el siniestro. Hasta allí muy bien, pero resulta que en la crónica olvidaron mencionar al jefe civil gomecista porteño el doctor Plácido Rodríguez. El jefe civil, que creía que su accionar ese día había sido muy importante, enfureció ante la omisión de su nombre e inmediatamente ordenó arrestar al periodista y confiscar toda la edición del diario. Eran tiempos de Gómez, cuando usted iba preso si hablaba, pero también lo llevaban al calabozo si se quedaba callado.
Una comisión compuesta por el secretario de la prefectura y un policía armado de rolo fueron a detener al “Catire” Alvins, pero el periodista era hombre de “armas tomar” y forcejeó con el policía y le quitó el rolo; le dio dos palos por la cabeza al secretario y lo dejó “nockeado” en el suelo y el policía al ver la resolución del hombre salió corriendo. Alvins por su parte también corrió en sentido contrario, a la casa de su cuñado un respetable vecino de San Esteban, que lo escondió en su casa.
El cuñado, que tenía buenas relaciones con el prefecto ofendido, logró un acuerdo amistoso, por medio del cual el periodista Alvins simplemente pagaría tres meses de arresto en el cuartel de la policía por “desacato a la autoridad”.
Poco tiempo después el prefecto Plácido Rodríguez fue premiado por Juan Vicente Gómez designándolo rector de la Universidad Central de Venezuela, luego de dejar una positiva gestión de obras civiles en Puerto Cabello, pese a su carácter arbitrario. Rodríguez estuvo dirigiendo la UCV hasta 1935, año de la muerte del dictador.
En tiempos de dictadura decir verdades y emitir opiniones suele ser muy peligroso.
Por: Luis Heraclio Medina C.