Crónica Criminal del Pasado: 1984. Giuseppe; La última cena
Giuseppe era el propio patán. Gritaba a la muchacha y a los niños por cualquier cosa, y les daba patadas y bofetadas, especialmente cuando estaba bebido
Sucesos.- Giuseppe era de esos inmigrantes italianos que vino a Venezuela en tiempos de la bonanza petrolera a trabajar, sin tener un oficio definido, ni mayor educación. Compró primero una pickup, luego un camioncito y luego otro más y llegó a tener una pequeña empresa de transporte de carga, la que siempre tenía trabajo gracias a sus compatriotas constructores. Fue haciéndose de un pequeño capital, compró un terreno en las afueras de San Joaquín donde guardaba sus camiones y construyó su casa. Allí vivía con Mary, una humilde muchacha venezolana, veinticinco años menor que él, y que le había dado dos hijos.
Giuseppe era el propio patán. Gritaba a la muchacha y a los niños por cualquier cosa, y les daba patadas y bofetadas, especialmente cuando estaba bebido. Frecuentemente los vecinos veían a la pobre Mary, con moretones en los brazos y hasta en el rostro, que la pobre muchacha, quien siempre trataba de ser una buena esposa, ya no se molestaba en ocultar.
El mejor amigo del italiano era otro compatriota, Angelo, que vivía relativamente cerca y con quien se encontraba puntualmente todos los días en un barcito de las inmediaciones donde se tomaban unas “frías”. A veces Angelo iba a ayudar a Giuseppe en la construcción de una nueva pieza que hacían en la casa para montar la oficina de la empresa.
Aquel día Angelo fue a buscar a Giuseppe para ir de copas, pero quien salió a atender su llamada a la puerta fue Mary, quien le dijo que su marido estaba enfermo y no iba a ir hoy al bar.
Al día siguiente ocurrió igual…y al tercer día y al cuarto y toda la semana. Así pasó todo un mes y nadie había visto al comerciante, por lo que Angelo se decidió ir a la PTJ.
Sin muchas ganas de hacer caso, los funcionarios interrogaron al denunciante, hasta que Angelo le dijo al detective:
- Mi amigo me dijo que su mujer le dijo que estaba harta y que era capaz de matarlo un día de estos.
El jefe de investigaciones comisionó a un par de detectives para que fueran a entrevistarse con Mary. Los funcionarios de la Delegación de Mariara fueron en su patrulla rotulada con Angelo en la parte de atrás.
Cuando la unidad policial llegó hasta la casa, Mary, estaba barriendo el frente. Cuando la chica, una morena de color subido vio que se bajaron los dos detectives el color de su rostro se puso pálido y empezó a temblar. Apenas después de cuatro o cinco preguntas la muchacha entró en llanto y contó la historia.
-Ya no soportaba tantas palizas, no tanto a mi, sino a esos pobres muchachitos. Todo el día era insultos y maltratos, que yo era una negra hedionda e inútil, que yo no sirvo para nada. Que me fuera para el rancho de mi mamá, pero que le dejara a los niños.
Esa noche, le preparé unos espaguetis con albóndigas que le gustaban tanto y se puso a comer, pero yo le llegué por detrás con un bate que había en la casa y le dí bien duro por la cabeza. Cuando cayó le di varios batazos, no se cuantos…y se puso a llorar otra vez.
-¿Muchacha y dónde está el cuerpo?
-Allí mismito, en la pieza que están haciendo para la oficina. Allí lo enterré con bastante cal.
Afortunadamente no habían echado el cemento. Los detectives cavaron algo, hasta que apareció la cal y el olor nauseabundo. Llamaron al Grupo de Rescate Carabobo y al Grupo de Rescate Valencia, que tenían equipos de protección contra olores y contaminantes y llegaron en dos camionetas unos ocho voluntarios.
-Para qué tanta gente? Dijeron los petejotas. -Seguro que se vomitan o se desmayan y no pueden hacer nada. Tendremos que llamar a los bomberos.
-Apostamos unas cervezas y un pollo¡ Dijo uno de los rescatistas Acostumbrado a recuperar cadáveres de todo tipo de tragedias.
Los voluntarios con sus equipos de seguridad sacaron el cadáver de una angosta fosa y todos pudieron observar el cuerpo pálido lleno de moretones en casi toda su humanidad. Se notaba el ensañamiento de la homicida.
Los muchachos de los grupos de rescate terminaron de meter el cuerpo en la bolsa negra. Se quitaron sus equipos y se fueron con los petejotas a tomar cerveza y comer pollo. Les tocó pagar a los detectives.
Por Esa Luis Heraclio Medina